Por José Luis Cañote
Sociólogo - Docente de la UNSTA
Si pudiéramos definir las figuras de Juan XXIII y Juan Pablo II,
tendríamos que decir que eran ciudadanos del mundo, personas
cosmopolitas. Estuvieron atentos a lo que el mundo y la población
mundial pedía a la Iglesia en su momento. Y actuaron en
consonancia.
Primero debemos recordar que la Iglesia es la institución más
antigua del mundo. Sólo la familia es más antigua. De otro lado,
no existe otra con este nivel de organización en todo el mundo. La
Iglesia está presente de una manera o de otra en casi todos los
países del mundo.
El Papa es el jefe espiritual de por lo menos mil millones de
personas. Y es a la vez jefe de Estado en ejercicio. No hay otro
personaje en la humanidad con similares características. ¿Tiene
poder? Sí. El reconocimiento diplomático de cientos de países le
da una posición política relevante. Los Nuncios Apostólicos son
los embajadores del Vaticano ante cada Estado con el mantiene
relaciones diplomáticas.
Como Obispo de Roma es el jefe espiritual de la Iglesia Universal,
que es lo que la palabra Católico significa, le da un nivel de
universalidad. Todos los católicos escuchan su palabra y siguen
sus enseñanzas. Pero a nivel de organización hay una
característica muy importante. La Iglesia tiene y se divide en
diócesis. Cada uno de los miles de obispos en el mundo son
nombrados y responden directamente al Papa. Se pueden organizar
regional y nacionalmente pero su responsabilidad es responder de
manera directa al Santo Padre.
A mediados del siglo XX vivíamos una situación grave en el mundo.
Existía la Guerra Fría, la lucha política, económica y cultural
por la supremacía de dos sistemas: el capitalismo y el socialismo.
Y la Iglesia era considerada por ambos sistemas como un obstáculo.
En pleno siglo XX la Iglesia seguía manteniendo un pensamiento
cerrado sobre sí misma y eso se expresaba en sus signos
exteriores. El Papa había quedado como un soberano, un rey, y se
continuaban las tradiciones propias de los reyes de la antigüedad.
Las coronas (En este caso la corona papal era la triple corona, la
Tiara) representaban el gobierno sobre la sociedad, sobre el
territorio de su Estado; pero en el caso del Papa, además de eso,
representaban el poder sobre los otros Estados (los reyes
gobernaban en nombre de Dios) y el poder moral o religioso del
Sumo Pontífice.
La figura de Juan XXIII es importante porque coloca a la Iglesia
nuevamente en su tiempo. Logra que responda a las necesidades de
esta época. Mientras que Juan Pablo II juega un papel importante
según muchos autores en la llamada caída del muro de Berlín. Es
cierto esto de alguna manera: él proviene de un país azotado por
el comunismo soviético y como obispo de Cracovia se enfrentó a las
autoridades. Durante su papado acompañó a los movimientos sociales
y políticos en todo el mundo por la libertad y la democracia. Y
así continúa la obra de Juan XXIII al modernizar la Iglesia. Sus
encíclicas, pero sobre todo su presencia en diferentes partes del
mundo, acercan la gente a la Iglesia.
Los creyentes en general y los católicos en particular tenemos la
necesidad y el deber de apoyar al papa Francisco en este tiempo,
cumpliendo sus enseñanzas y reconociendo en estos dos seres
humanos que ahora son santos su especial relación con Dios y su
fidelidad a sus Enseñanzas, lo que los ha llevado a los altares.